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LA SOCIEDAD DEL ESPECTÁCULO
PATXI LANCEROS MÉNDEZ – Universidad de Deusto.
ROGELIO LÓPEZ CUENCA – Artista.
¿Sobre qué entramado descansa el arte? ¿Qué actividades lo alimentan? ¿Qué instituciones lo preservan? ¿A qué precio? Estas son algunas de las preguntas que corren a lo largo del arte moderno, a veces bajo los silenciosos rasgos de la ironía, en otras ocasiones con el calor de la protesta y otras con acciones de rechazo. En torno a 1992 se abre una vía más sistemática y menos patética que se esfuerza en el análisis de los diversos medios en los que se produce y reproduce el arte: el museo, la exposición, la colección, el mercado, la crítica, la historia y teoría del arte. Esta vía, llamada “crítica institucional”, se convierte desde entonces en reflexión sobre el arte y en práctica artística que llevan adelante, entre otros, autores como Fred Wilson, Andrea Fraser, Renée Green, Mark Dion o Michael Asher.
La “crítica institucional” contó con el apoyo teórico del concepto de “dispositivo”. De modo urgente y simplista, cabría decir que un dispositivo es aquello por lo que algo adquiere una determinada visibilidad social y cultural, le otorga “figura propia”. Estas figuras las fijan e impulsan “discursos” y “enunciados” que diferencian el arte de otras esferas del saber y el valor, y en su caso concreto le confieren el privilegio de la autonomía (y tal vez de la excepcionalidad). Pero esos discursos y enunciados están vinculados a prácticas solventes concretadas en el valor económico y en el prestigio del Estado y de determinadas fuerzas sociales: sin ellas apenas pueden pensarse instituciones como el museo o la galería, sin las que el arte carecería de visibilidad y difusión, pero también entrañan claras dosis de servidumbre. El “dispositivo” (resumido aquí de modo simplificador, si no simplista) no debe entenderse como mera imposición: lleva consigo una formación de la inteligencia y la sensibilidad, un lento tallado de la subjetividad por el que hacemos nuestras estas líneas de fuerza que mueven el arte y en las que se mueve el arte.
No podemos en un curso desarrollar plenamente esas líneas, pero sí propiciar algunas ideas que puedan servir de fermento crítico. Por ejemplo, cómo el arte se apropia de elementos de las culturas primitivas, desnaturalizándolos, o de qué manera el arte se desliza al mero espectáculo o en qué condiciones la exposición puede dar visibilidad general a iniciativas artísticas hasta entonces recluidas en espacios reducidos. Considerar el arte como “dispositivo” genera evidentemente una crítica, pero también puede hacer consciente de prácticas que quebranten, o al menos debiliten, los discursos vigentes. De todo ello queremos hablar en este curso, undécima edición de Transformaciones, arte y estética desde 1960.