IN ICTU OCULI
De Amalia Ortega
“In ictu oculi” es una instalación intermedia con la que presento una reflexión sobre el paso del tiempo. Reutilizando el «jeroglífico» de Valdés Leal, trato de recuperar la filosofía barroca de la «vanitas», reutilizando los símbolos de la vela y el abrir y cerrar de ojos (parpadeo).
Mi intención es utilizar el espacio del arte como lugar de reflexión y proposición de un nuevo estatuto para las imágenes, mediante medios de producción que mezclan disciplinas, enfrentando y superponiendo las diversas narrativas que están inscritas en ellos. Mediante esta obra pongo en diálogo la imagen fija y la imagen en movimiento, incorporando cuestiones relacionadas con los metalenguajes del vídeo y la fotografía, y su relación con el concepto de tiempo (tiempo congelado y tiempo en discurso). Propongo jugar con la cualidad múltiple de la imagen, su carácter no unívoco, su capacidad de evocación y la posibilidad de construcción de múltiples significados por parte del espectador.
La pieza de vídeo “In ictu oculi” presenta una reflexión sobre el propio concepto de tiempo, incorporándolo como herramienta de trabajo. El tiempo, su paso, aparece en su literalidad, mediante la sucesión de imágenes, y metafóricamente, haciendo alusiones al nacimiento y la muerte mediante el uso de símbolos que nos remiten a otros niveles de significado. Se reutiliza el «jeroglífico» de Valdés Leal presente en una de las postrimerías del Hospital de la Caridad de Sevilla. En este encargo de D.Juan de Mañara, aparece la muerte que con su mano derecha apaga una vela sobre la que se lee «In Ictu Oculi», en un abrir y cerrar de ojos, indicando la rapidez con la que llega la muerte y apaga la vida humana que simboliza la vela. Los símbolos de la vela y el abrir y cerrar de ojos se actualizan mediante el lenguaje del vídeo, dando así una vuelta de tuerca al incorporar el tiempo como materia prima, ya que es el tiempo ingrediente indispensable en el metalenguaje de la imagen en movimiento.
La pieza “En un abrir y cerrar de ojos” está compuesta por una serie de 12 impresiones digitales que capturan en imágenes congeladas los pequeños movimientos en los que se fragmenta un parpadeo. Se juega así con el concepto de tiempo como devenir, que queda paralizado en una sucesión de imágenes estáticas, a través de las cuales se puede reconstruir mentalmente la acción.
La pieza “Velario”, compuesta por 9 impresiones digitales presenta grupos de velas, con distintas morfologías, en las que las llamas son a veces grandes, otras pequeñas, tenues, fuertes o débiles, a punto de inflamarse, o de apagarse. Formalmente recurre a los altares de velas tan propios de nuestra tradición religiosa. Conceptualmente juega, al igual que las piezas anteriores, con el blanco y el negro, reforzando el contraste luz-oscuridad, para volver a remitir a los conceptos vida-muerte y presencia-ausencia. La vela que “se consume siendo” simboliza nuevamente el paso del tiempo y el concepto de devenir.
Amalia Ortega
LA LLAMA Y LA MIRADA
Juan Bosco Díaz-Urmeneta
La llama y la mirada, más que símbolos de la muerte, lo son de la conciencia que tenemos de ella. Ambas son precarias pero las dos iluminan. Leonardo llamó a los ojos ventanas de las estancias del alma y siguió designando a la pupila como luz del ojo, aunque consideraba absurda la teoría que explicaba la visión mediante el rayo ocular.
En la exposición de Amalia Ortega, la cámara, prótesis de la mirada, saca a la luz el tiempo. Su vídeo muestra diversas formas del acontecer: el del niño (entre el juego y el descanso), el de ciertas fuerzas naturales, el del viaje, el del reloj. Pero la vitalidad y el sueño del niño, el ir y venir de aguas y animales, los trayectos de paso del viajero o la campana del reloj de la ciudad son algo más que sucesos: están encapsulados en los moldes del tiempo. Moldes, en plural: no sólo hablan de un tiempo objetivo -edades de la vida, ciclos naturales, tránsitos y encuentros del viaje, tiempo-valor de una mercancía llamada trabajo que mide el reloj- sino que todos ellos están conectados con otro tiempo, el nuestro, el de la duración, enhebrado en la memoria.
De ahí que la mirada abra un espacio ambivalente: es afirmación y recuerdo, otorga entidad a cuanto la rodea, sacándolo del ciego suceder, para formar con ello un mundo propio que será consistente aunque irremisiblemente caduco.
Pero aquí, en esta obra, la mirada abre un tercer enclave. No viene dado por la representación de lo que se ve (o se recuerda) ni por la figura de quien mira, sino por el hecho mismo de mirar: si los ojos que se sirven de la cámara hablan de la condición humana, ser y pasar, cuando miran desde la pantalla son una invitación a reconocer y apreciar esa misma condición que, desde su inevitable fugacidad, logra iluminar las cosas.
Son ojos que no requieren ni obligan: sólo invitan. Habrá quien prefiera quedarse en la belleza de la imagen. Está en su derecho. Se quedará sin embargo en el umbral. Permanecerá ajeno a cuánta luz puede haber en un abrir y cerrar de ojos, en el instante de una mirada.